Cuenta la leyenda que antaño el Cajón del Maipo recibió una extraña visita, un gallardo hombre de gran estatura y un pulcro traje negro hizo su aparición ante los atónitos residentes. El fuego de sus ojos aterró a los hombres al mismo tiempo que despertó la pasión de las mujeres.

Ellas se quemaban ante sus miradas y refinados modales, competían por su atención, ninguna podía resistir a sus encantos y cuando sus atenciones eran correspondidas la dicha inundaba sus días.

Aquel hombre se hizo famoso, el pesar de los hombres aumentaba con el pasar del tiempo, ninguno podía competir con tal elegancia y belleza, hasta que una tarde donde el sol reinaba en lo alto del cielo el oscuro forastero fue sorprendido conquistando a una hermosa y joven mujer, era la hija del alcalde decían…

Aquella pasión no pudo desatarse, por primera vez el hombre no fue correspondido, la piadosa joven estaba destinada por su padre a dedicar su vida a Dios y ante la atónita mirada del ahora despojado donjuán, fue llevada al convento donde pasaría el resto de sus días en oración.

No fue sino hasta una noche en que una tormenta desgarraba los cielos del Cajón del Maipo y lavaba los pesares de sus cerros, la madre superiora de un convento del sector de El Toyo fue alertada de una extraña presencia.

Un hombre fatigado y solitario rogó asilo ante la inclemencia del clima, la madre superiora se mostró desconfiada, aquel hombre de rostro cubierto vestía completamente de negro, pero, movida por su innata compasión, consintió en que el imprevisto visitante pasase la noche en el pequeño cuarto disponible tras la despensa.

El hombre se mostró conmovido ante la bondad de las mujeres y con mucho respeto y agradecimientos se retiró en silencio a la habitación.

La media noche hizo acto de presencia anunciando su llegada con doce campanadas y mientras las religiosas descansaban profundamente, el extraño, ahora a rostro descubierto, se levantó y con el sigilo de un gato avanzó por los pasillos, conocía bien el camino, el aroma lo llamaba…

Atravesando una pared convertido en bruma entró a la habitación de una joven novicia, la misma hermosa mujer que le fue arrebatada, esta vez sería suya.

Los ojos de la joven se abrieron y al darse cuenta de la tenebrosa presencia profirió un grito de horror que fue silenciado con una mano de hierro, el hombre la alzó en sus brazos mientras una espesa niebla cargada con los lamentos de las almas condenadas los envolvía, era momento de regresar.

La madre superiora advirtió la huida, movida por su fe les siguió primero por los pasillos y luego por los jardines, hasta que llegando a la orilla del rio con nada más que un frasco de agua bendita acompañado de sus fervorosas plegarias, le lanzo todo el contenido mientras hacia la señal de la cruz.

Entonces el maligno soltó a su presa y tomó su verdadera forma, ante el horror de las mujeres que vieron como su disfraz se caía a pedazos mientras se quemaba, emergió una figura negra con alas y pies enormes, con furia se alejó saltando de piedra en piedra la distancia que divide el río de los cerros.

Tal fue su ira mientras se alejaba, que en una piedra que hoy se encuentra frente al puente colgante de El Toyo quedo plasmada para siempre la huella de uno de sus pies.

La historia de aquel extraño que robaba a las mujeres del pueblo traspasó generaciones, aunque nunca se encontró rastro alguno del convento ni de sus integrantes, lo que sí perdura como prueba fehaciente de la existencia del mal es la gran huella en la piedra, es ahí donde quedará marcada para la eternidad, La Pata del Diablo.