Diversos cantares adornan la historia de esta joven, algunos dicen que La Lola era la hija más hermosa de la llorona, quien al no encontrar a su madre, vagó eternamente por el valle del Maipo esperando en la eternidad reencontrarse al fin. Otros la llaman la mujer de los cerros. Cuentan que en vida fue una hermosa joven de azabache cabello y ojos verdes, quien a temprana edad vivió la ilusión del amor, para más adelante jurar venganza a los cuatro vientos cuando su también joven prometido la abandonó.
Absorta en su tristeza y soledad se exilió a los cerros decidida a hacer pagar su desdicha a arrieros, excursionistas y cualquier figura masculina que invadiese a los que ahora eran su única compañía, hechizaba a los desventurados con su mirada y con los trinos de su dulce voz los guiaba a las quebradas para que en su ilusión de pasar la velada con la hermosa mujer perdieran pie en los bastos precipicios y cayeran de una vez a su muerte.
Hasta que una noche fue descubierta por un solitario cazador de conejos, quien con la complicidad de la luna la contempló oculto mientras esta descansaba con natural gracia bajo un viejo árbol, esa noche la Lola se convirtió en la dueña y señora del corazón del ahora desgraciado hombre…
En la siguiente luna el enamorado la buscó sin descanso hasta que por fin la encontró ensimismada, se acercó con cautela hasta que ella advirtió su presencia y ante la imprudencia de aquel extraño le juró mil maldiciones. Lejos de desistir, el aún más enamorado le declaró a viva voz su sentir, aunque esto no hizo otra cosa que enfurecer a la Lola, quien le espetó que jamás volvería amar y que él moriría por haber intentado acercarse a ella.
Ante esta promesa de odio y muerte el hombre no hizo más que insistir y al no poder quitar de su alma el amor que sentía, la busco nuevamente en la siguiente luna, con la esperanza de esta vez revivir y conquistar aquel corazón marchito.
Ciego de felicidad la siguió caminando a través de los guijarros, mientras ella triunfal avanzó hasta que el distraído enamorado cayó a un precipicio entregándole así lo más valioso que tenía… su vida.
La Lola sintió felicidad, aquel iluso sucumbió a sus pasiones y pagó caro, mas no fue el único condenado en aquella luminosa noche, pues su acción fue vista por un anciano ermitaño que vivía en forma de árbol, el que al contemplar la alegría que sintió aquel corazón ennegrecido, sentenció a la joven a morir tal como le había dado muerte al eterno enamorado, ella siempre altiva, hermosa y confiada se burló de su inminente sentencia.
Con su ingenuidad de niña y sin prestar atención a su castigo, una noche sedujo y guio nuevamente a un arriero a su muerte, pero esta vez fue ella quien perdió pie entre los peñascos, cayendo sin remedio a su fin, no sin antes jurar que continuaría su venganza, esta vez volvería de entre los muertos y se quedaría eternamente en este plano compartiendo su desdicha y tormento.
Así es como vive la mujer de los cerros, la historia de su eterna venganza se transmite de generación en generación, se intenta prevenir a los más jóvenes, pues se cuenta que hasta el día de hoy con su voz y belleza atrae a los que se aventuran entre peñascos y quebradas cuando la luna toma el lugar del sol y lo que separa este mundo del otro no es más que un fino velo que ondea al viento.