A lo largo de nuestro territorio muchas versiones dan vida a esta leyenda, pero quizás la más triste de todas sea la de una tierna pastorcita de cabras a quien llamaban de esa manera y vivía con su familia en los cerros del Melocotón Alto. Aquella joven fue brutalmente asesinada por un grupo de jinetes que dirigían su marcha a un rodeo en San José de Maipo.

La abordaron por la fuerza y no contentos con abusar de ella hasta su agonía, le dieron muerte y con corvos desmembraron su maltrecho cuerpo. En aquel lugar, hoy conocido como Estero la Calchona, aquel nefasto grupo enterró los restos de la joven bajo un sauce estero adentro.

La pastora, ahora convertida en un alma herida y oscura, inició su venganza tomando el lugar de sus captores, pues armada solo con su dolor y humillación, derribó a cuanto jinete pasó en su caballo por aquellos parajes. Una brisa helada le antecedía junto a macabros y escalofriantes gritos, donde los ahora inocentes morían por la gravedad de la caída o bien por diversos males provocados, también se dijo que a algunos les chupaba la sangre.

Los pocos que le sobrevivieron contaban aterrados que una alba figura de fragancia putrefacta enloquecía a los corceles con sus gritos, haciéndoles caer para atormentarles tal como le atormentaron una vez a ella, mientras que los aterrados vecinos hablaban de sus profundos gritos de alma condenada, de las poderosas y heladas ventoleras que con furia parecían llevarse todo a su paso.

Estos acontecimientos hicieron que un grupo de pobladores cansados y aterrados por igual, quisieran dar descanso eterno a esta alma marchita. Se armaron de valor y clavaron una cruz de hierro bendita en el lugar donde siempre se le veía, más esto no hizo otra cosa que enfurecer a La Calchona, quien se volvió aún más fiera ante la insolencia de los vecinos, atormentando nuevamente a los jinetes que ahora confiados paseaban a altas horas de la noche por sus dominios.

Los tormentos que compartía esta alma en pena no cesaron hasta mucho tiempo después, cuando un grupo de arqueólogos encontró bajo aquel sauce los polvorientos restos de la que alguna vez fue una cándida pastorcita y después de largas discusiones entre los ahora residentes del lugar, decidieron darle santa sepultura entre los cerros donde en vida guardaba con alegría las cabras que le hacían compañía.

Aquel día volvió la paz… Los jinetes cabalgaron tranquilos por las noches, mientras los vecinos durmieron por fin sin la compañía del terror al que ya estaban tan acostumbrados.

Hoy en día hay quienes cuentan que cuando la luna alumbra las noches se pueden escuchar los aullidos de La Calchona, pues aún después de su santa sepultura, su espíritu no consigue despegarse de este plano, buscando entre sus lamentos a los verdaderos culpables para así cumplir finalmente con su venganza.